domingo, 6 de mayo de 2018

Eva Díaz Pérez (Sevilla, 1971) narra el lado humano del genio que cambió la estética de la Contrarreforma.

u nueva novela, ésta es la sexta, huele a pigmentos que se transforman en rostros gracias a la luz de la Sevilla barroca que conoció Bartolomé Esteban Murillo. Hasta «El color de los ángeles» (Planeta) nadie se había atrevido a investigar en la vida del pintor para crear una ficción histórica. Eva Díaz Pérez (Sevilla, 1971) narra el lado humano del genio que cambió la estética de la Contrarreforma.
–¿Por qué Murillo?
–Porque me parece que es un pintor sobre el que existen determinados clichés todavía que lo limitan bastante. Era un personaje atrayente, atractivo, que vivió en la época de esa Sevilla fascinante del siglo XVII en plena decadencia. Se trataba de un reto para un novelista, porque no existían demasiados datos biográficos y eso permitía también cierta ficción, dentro de lo verosímil y riguroso, para plantear la complejidad de un artista total. Creo que era una oportunidad en el cuarto centenario para conocer a uno de los grandes artistas de la cultura española.
–¿Le ha sorprendido?
–Sí, porque pienso que teníamos una visión limitada a sus cuadros religiosos fundamentalmente sin darle la profundidad de campo que merece. Era un artista total, el gran pintor religioso que asumió la Contrarreforma desde un punto de vista cercano y humano para la gente de su época, pero también estamos ante un artista que crea el imaginario popular de nuestro Siglo de Oro. Mirar sus cuadros es asomarnos a nuestro siglo XVII, me ha hipnotizado Murillo.
–¿Y usted con quién va, con las Vírgenes Inmaculadas o con los niños pordioseros?
–Soy de los niños pordioseros. Me parece que es más revolucionario, interesante, creo que es más auténtico de esa época. En la pintura naturalista se intuye qué persona era cuando pinta esas escenas de costumbres, me lo imagino paseando por la calle Feria, por los mercados, pintando del natural que luego lleva a las escenas religiosas. Me gusta más, porque es la cara «B» del Murillo, que no se conoce tanto en España, porque esta pintura está en los museos del mundo.
–Después nos embobamos con una pintura de interior flamenca y pasamos de largo ante las escenas costumbristas de Murillo que al final son lo mismo. ¿Nos hemos acostumbrado a su genialidad?
–No lo sé, pero confieso que a raíz de sumergirme en su vida veo sus cuadros de una manera diferente. Estuve en Venecia viendo obras de Tintoretto y me sorprendió cómo ahí palpitaba Murillo. Es un pintor que claramente está influido por la pintura veneciana y también por la flamenca. Después de investigar sobre su vida, cuando vuelvo a sus cuadros, descubro a un pintor que pasa muy desapercibido. Es verdad que viviendo en Sevilla la sombra es tan alargada que llega hasta el hartazgo, cuando ves cuadros de los siglos XVIII y XIX que lo recrean tanto ya te cansas, pero volver a ver sus cuadros después de escribir la novela ha sido sorprendente. La capacidad para captar la luz con esa penumbra ficticia, con esa contrasombra y el color, es el gran pintor del color. He descubierto un nuevo Murillo.
–¿Cómo se sale de una novela tan sensorial?
–Tintada absolutamente de todos los pigmentos (risas). Es una novela muy sensorial, porque me gusta escribir con los sentidos, con la vista, el tacto, los sabores. Hay una indagación que narra sensaciones y emociones. Es verdad que cuando terminé la novela tenía una sensibilidad mayor para narrar los colores, es como si de pronto se me hubiera abierto una paleta de colores nueva. Frente a otras novelas como «Adriático», que es era eminentemente de olores, ésta ha sido una novela de color y de texturas.
–¿Qué le dice la fecha 1649?
–Evidentemente todas las personas que vivieron en el siglo XVII y que les coincidió la terrible epidemia de peste sabían lo que pasó ese año. Tuvo que resultar realmente traumático, porque murió más de la mitad de la población, era rara la familia en la que no falleció al menos una persona. Además hay escenas terribles de carros de muertos, de fosas tremendas, en una ciudad que vivía inmersa, prácticamente, en todos los pecados capitales y de pronto aparece la peste. Atrozmente, porque hubo otras como la de 1599 pero que no fue tan fuerte. Fue uno de los grandes momentos, para mal, de la historia de Sevilla y desde entonces no levanta cabeza.
–Entre los muertos hubo tres hijos de Murillo que él inmortaliza en sus cuadros...
–Bueno eso es una licencia literaria, pero él es el pintor de los niños y es evidente que algunos de ellos deben estar en sus cuadros anteriores a 1649. Me pareció bonito que se salvaran en cierta manera gracias a que su padre los pintó y que fuera el consuelo para su mujer, Beatriz de Cabrera, que iba todos los días a verlos en las iglesias y conventos donde estaban colgadas esas pinturas. Me entusiasma la idea del arte como consuelo e inmortalidad, me pareció algo bonito.
–¿Y quién era la Inmaculada?
–Bueno, ése es otro atrevimiento pero es evidente que Beatriz de Cabrera está en algunos de los rostros pero no sabemos en cuál. Si miras los cuadros te das cuenta de que todas no tienen el mismo rostro, por lo que planteo un tema, en cierto modo polémico, que es el de la sensualidad y el erotismo en su pintura, lo cual es bastante evidente. Yo escribo que pudiera ser una modelo de vida distraída..., por qué no. Creo que el personaje de Catalina le fascina a Murillo porque es una prostituta en la que ve la cara de la Magdalena penitente. El rostro de quien luego se arrepiente, son dos vertientes.
Eva Díaz Pérez presenta 'El color de los ángeles', inspirada en la vida de Murillo

Eva Díaz Pérez presenta 'El color de los ángeles', inspirada en la vida de Murillo Publicado 23/11/2017 18:04:30CET El acto, celebrado en el Espacio Santa Clara, ha contado con la presencia de la directora de Cultura del Ayuntamiento de Sevilla SEVILLA, 23 Nov. (EUROPA PRESS) - La escritora y periodista Eva Díaz Pérez ha presentado en el Espacio Santa Clara su novela 'El color de los ángeles' (Planeta), inspirada en la peripecia vital de Murillo, artista del que está a punto de celebr ...

Bartolomé Esteban Murillo

Bartolomé Esteban Murillo en su relato como elemento del amor a la Humanidad en cuanto veneración por las grandes obras. Tan lejos había llegado ya la fama del artista sevillano que llegó a un pueblo, suponemos que argentino, de cuyo nombre no podemos acordarnos porque Bioy no lo menciona.
Como en el caso de la gran exposición de El Bosco hace un año, echamos de menos en este IV Centenario de Murillo un trabajo abundoso sobre la presencia del pintor de Inmaculadas – hasta Azaña reconoció el genio de la pintura religiosa cuando España aún no había dejado de ser católica -, tal vez sublimación de su pintura sobre la mujer andaluza que ya subrayó su mejor conocedor, Diego Angulo. Sólo hemos cosechado dos novelas con motivo de esta conmemoración, El color de los ángeles, de Eva Díaz Pérez y El enigma Murillo, de Andrés González Barba, ambos periodistas de Sevilla.
De la primera ya se hablado con precisión en la sección de Cultura de Libertad Digital y la hemos citado en otros artículos murillescos. De La segunda, que se enmarca en el saqueo que el mariscal napoleónico Soult, Nicolás Jean-de-Dieu Soult, duque de Dalmacia -, hizo de sus obras en una "Sevilla afrancesada" e indigna salvo un núcleo liberal patriota, se ha tratado menos. Del robo más importante de Soult, "su Inmaculada" de Murillo, y de esta novela, volveremos a escribir próximamente.
Digamos ahora que su propio autor, Andrés González Barba, resume que el libro, además, contiene elementos preñados de sucesos paranormales e incluso de terror mientras los nada góticos gabachos buscaban ansiosamente una obra maestra desconocida de Murillo, bien poco antes de aquella otra de Frenhofer, inquietante por anticipatoria de un tipo de arte moderno, que fabuló Balzac. [1] Por cierto que el francés destaca a Murillo entre los pintores españoles famosos, de moda en su época.
Referencias breves, no tan breves o alusivas a Murillo en la literatura española hemos encontrado algunas. Haremos un corto repaso de ellas ordenándolas, más que con precisión, con su impresión sobre nuestra sorpresa.. Tomen nota de que incluso Federico Sánchez, el alias comunista de Jorge Semprún, citó a los angelitos de Murillo en su Autobiografía. Es más, dijo sentirse como uno de ellos cuando paseaba hacia un encuentro casual con La Pasionaria. Ja, ja.
De ser ciertos fecha y romance, el primer texto literario sobre Murillo fue El Mulato de Murillo, compuesto en 1656, que fue recogido en el Romancero Español, una colección de romances tradicionales, impulsado (escrito se dice incluso) por una serie de escritores encabezados por Alfredo Boccherini, descendiente del compositor y violoncelista, afincado en España.
En el tomo III de La Biblia en España de G. H. Borrow, que tradujo Azaña, se menciona a Murillo como una pieza esencial de su viaje a Sevilla. La imagen de ese "hombre extraordinario" que más impresionó a este viajero inglés, fíjense, aficionado al boxeo, fue el niño que aparece en El Ángel de la Guarda porque, aunque pequeño, "su andar es el de un conquistador, el de un Dios, el del Creador del Universo, y el globo terrenal parece temblar bajo tanta majestad". Sin embargo, dijo haber visto en la catedral de Palencia cuadros de Murillo que su editor anotó que eran sencillamente imaginarios.
Otro viajero romántico, Richard Ford, cuando se instala brevemente en Exeter (Devonshire) a principios de 1834, llevaba una buena colección de libros españoles y unos cuantos lienzos, algunos de Murillo, que había adquirido en España.
Gustavo Adolfo Bécquer, en la carta novena desde su celda, describe:
Yo he visto, y usted habrá visto también, a la misteriosa luz de la gótica catedral de Sevilla; uno de esos colosales lienzos en que Murillo, el pintor de las santas visiones, ha intentado fijar para pasmo de los hombres un rayo de esa diáfana atmósfera en que nadan los ángeles como en un océano de luminoso vapor; pero allí es necesaria la intensidad de las sombras en un punto del cuadro para dar mayor realce a aquel en que se entreabren las nubes como una explosión de claridad; allí, pasada la primera impresión del momento, se ve el arte luchando con sus limitados recursos para dar idea de lo imposible.

Pedro Antonio de Alarcón en La Alpujarra recalca en que el azul y blanco del cielo y Sierra Nevada casan "la candidez con la limpieza, la inocencia con la claridad, lo inmaculado con lo infinito, lo reciente con lo eterno, lo intacto con lo intacto, que parecíame tener ante los ojos la realidad inefable de cuanto soñó Murillo al vestir de azul y blanco sus Purísimas Concepciones."
Escribió Campoamor, El Tren Expreso, Canto primero, VII
¡La joven, que acostada traslucía,
con su aspecto ideal, su aire sencillo,
y que, más que mujer, me parecía
un ángel de Rafael o de Murillo!
Ya anotamos en un artículo anterior que el capitán Nemo llevaba en su Nautilusuna Asunción de Murillo. También fue partícipe del Viaje alrededor de la Luna, bajo la forma de metáfora de vacío gravitatorio ("quedó suspendido en el aire, como el fraile de la Cocina de los Ángeles, de Murillo") lo que da una idea del aprecio que Verne tenía sobre la obra del sevillano.
Gertrudis Gómez de Avellaneda imagina a un Murillo retratista de matrimonios donde ella se dedica sus labores y él a la lectura en un invierno tradicional y cálido. Concepción Arenal, en una crítica al comunismo contenida en La cuestión social precisaba que en un sistema estatalista como ése, "cuando el cupo de mecánicos o de pintores esté lleno, Watt y Murillo ingresarán en el grupo de albañiles o mozos de cuerda." Es decir, un Murillo era improbable en una sociedad comunista.
De interés es la reflexión del republicano onubense Roque Barcias en París que decía que cuando uno tenía dinero, podía comprar un Murillo, pero no pintarlo. Cuenta además la anécdota de una Asunción de Murillo que no gustó a los clientes en un primer momento hasta que el artista colocó el cuadro en su sitio. Maravillados entonces, sufrieron las iras del pintor que no consintió en que su Virgen se quedara allí. "Antes se vea azotado por mano del verdugo Bartolomé Esteban Murillo, que vuelva ese lienzo a pisar los umbrales", remató.
Fernán Caballero pone en boca de unos protestantes la afirmación de que "estos cuadritos, estos mamarrachos prueban que Murillo y su arte son cosas fantásticas é inventadas por los romanceros que inventaron a! Cid, y que nunca han existido en este país de pésimos caminos." Más adelante en sus Cuadros de Costumbres Populares Andaluces, se refiere al cuadro de Murillo con las Santas Justa y Rufina para revindicar la calidad de la cerámica trianera.
El prolífico José Martí se refiere también en algún artículo a los nobles lienzos de Murillo. El modernista Eduardo de Ory, padre del poeta Carlos Eduardo de Ory, culminó una antología de la poesía costarricense en la que incluyó unos versos de Rogelio Sotela, de amor a España, que mencionan a Murillo:
Nidal de los homéricos caudillos
que gestas el prodigio entre tus hombres
y que marcas tus siglos con los nombres
de Velázquez, de Goyas y Murillos.
Pero fue Rubén Darío quién más aludió a Murillo, no siempre por la dulzura de sus pinceles sino por la fuerza de su Moisés o los gruesos músculos de sus querubines sin olvidarse de las "carnes femeninas" del pintor en la Sevilla clásica del toreo. Incluso cuenta cómo un norteamericano mutiló el San Antonio de Murillo en provecho propio y cómo fue recuperado en Boston por el cónsul español. También vio «las más lindas sonrisas del mundo… en esos rostros incomparables de las mujeres españolas, incendiados de miradas prodigiosas, rostros de Concepciones de Murillo y de ángeles de Goya."
En sus Cantos de Vida y Esperanza hace que Cyrano de Bergerac deba algo a Murillo:
¿No es en España, acaso, la sangre vino y fuego?
Al gran gascón saluda y abraza el gran manchego.
¿No se hacen en España los más bellos castillos?
Roxanas encarnaron con rosas los Murillo…
Y culmina pontificando, con muy aguzado criterio, que en la religiosidad de Murillo hay algo de profano, y estoquea, "como en la de Castelar".
Rafael Cansinos Assens relaciona a Murillo, el idealista y platónico pintor, con la luz de Sevilla en su Sevilla en la literatura. Y escribe: "Pero esa luz maravillosa que hace palpitar los inflamados átomos del aire es la luz de Sevilla, la luz de Murillo, recogida y consagrada como en su viril adecuado, en los lienzos de sus Inmaculadas y Asunciones." Es decir, la luz sevillana es como una fatalidad que tiene que reflejarse necesariamente en la pintura. También en la de Velázquez, de cuyas obras cita Las Meninas y Las Hilanderas
Incluso inventa el Murillismo. Según Cansinos:
...el murillismo es la expresión de cómo el espíritu y los sentidos sevillanos interpretan y perciben la Naturaleza, transfigurándola e imprimiéndole el tono de una serena y perdurable apoteosis. El murillismo es el indicio del milagro por virtud del cual la emoción se convierte en belleza en aquel ambiente propio de los empíreos. No es condición exclusiva ni atributo personal de un pintor, sino característica general de una raza de artistas…
Y sigue:
El murillismo es testimonio de la tendencia invencible del alma sevillana a convertirlo todo en belleza, a transfigurar la realidad, confiriéndole virtud angélica…Murillo elegía como modelo de sus Concepciones a mocitas del pueblo sevillano..que convertianse luego, por el ensalmo del artista, hechizado a su vez por el benigno sortilegio del ambiente, en divinas madonas.
No se olvida de los humildes niños de Murillo, que bien podrían ser los "rinconetes" de Cervantes, sobre los que aporta:
Otras veces, complúgose Murillo en copiar del natural tipos de la gula pueril, unos racimos de uvas y una tajada de sandía; aquellos picaruelos son hijos de la calle; nos lo dicen sus harapos, sus caras rubias de intemperie y hasta la voracidad con que festejan el hallazgo de aquellas frutales presas, pero su gracia nos hacen comprender que "son de la misma estirpe que los niños Jesús y los Bautistas.
De Manuel Machado, dice Cansinos, que aspiró a interpretar el alma de Sevilla en su Cante Hondo, y que "en ciertas poesías como en su soneto La Sagrada Familia, otro lienzo de Murilloacierta a captar la auténtica luz de Murillo y la fórmula de su arte…la sagrada familia de Machado es simplemente una familia de carpinteros, observada por el poeta en la Sevilla actual, como la que Murillo tomó sin duda para modelo de su célebre cuadro; una familia humilde, de la plebe sevillana, vista en sus detalles, pero…" elevado a la categoría de la beatitud.
Puestos a hacer murillismo, incluso llama a Rossini el "Murillo de la música".
Cuando Blasco Ibáñez viaja a Oriente y llega a Hungría relata que en la Academia de Budapest, joya de la patria donde 300 miembros se dedican al "estudio de la historia y la lengua húngaras y al de todas las ciencias, menos la teología" hay un Museo de Pinturas que tiene mil cuadros, "de los cuales unos cincuenta—los mejores;—son de la escuela española, figurando a la cabeza cinco de Murillo".
Durante el viaje de Alfonso XIII a Andalucía que relata José C. Bruna, alias Inocencio Esperanzas, de las primeras cosas que hizo a su llegada a Sevilla fue visitar el convento de los Capuchinos para ver dos cuadros de Murillo. Antes incluso que ir al Museo de Bellas Artes.
Borges, en los Textos Cautivos de 1938, se refirió a un libro sobre pintura española, La peinture en Espagne, de Paul Jamot, que trataba desde Altamira hasta el "seco" Fortuny. Jamot explicaba la pintura de Murillo (y también la de Velázquez, Goya y otros muchos) según la tesis de que España "posee a la vez una invencible vitalidad y un desdén heroico de la muerte; vale decir, en el terreno del arte, una alianza congénita de naturalismo y de misticismo".

[1] La obra "maestra desconocida"